jueves, 31 de enero de 2013

Dibujos animados: San Juan Bosco


Pasatiempos para la fiesta de Don Bosco



El espíritu salesiano vivido por Don Bosco

Don Bosco no es el único que toma a san Francisco de Sales como modelo de vida cristiana y maestro de espiritualidad. También las monjas de la Visitación, o Salesas, lo tienen como patrón. Desde los años de su estancia en el seminario, Don Bosco se inspira, no tanto en los escritos del santo obispo de Ginebra, como en su carácter y en su celo apostólico, y lo aplicará a la misión de la educación de la juventud necesitada de las barriadas obreras de Turín.

El espíritu salesiano vivido por Don Bosco se caracteriza por una visión optimista y humanista de la tarea educativa.

Todo joven, por estropeado que pueda parecer, es capaz de crecer y de construirse como persona. Corresponde a su educador saber encontrar el punto desde el cual llegar a su corazón y empezar la labor educativa. Se caracteriza por un modo de hacer alegre. Don Bosco ve en la alegría la manifestación de la felicidad que aporta el Evangelio de Jesús. No son las muchas oraciones las que hacen al cristiano, sino la alegría que irradia porque lleva el tesoro del evangelio dentro de sí.

Otra característica importante es el sentido de la responsabilidad. Don Bosco aconseja en numerosas ocasiones que para “alcanzar la santidad” es necesario empezar haciendo bien las cosas de cada día, cumpliendo bien los deberes de cada uno, a fin de llegar a ser buenos cristianos y honestos ciudadanos.

En la espiritualidad de Don Bosco cuenta mucho la presencia de María. La invoca a menudo con la advocación de auxiliadora de los cristianos, porque está convencido de la presencia maternal de María en toda su obra y, sobre todo, en la labor educativa a favor de los jóvenes más necesitados. A María Auxiliadora dedica el santuario que construye en Turín y a ella confía el Instituto religioso femenino que lleva su nombre.

El estilo educativo de Don Bosco parte del trato asiduo y dialogante del educador con los jóvenes. La convivencia diaria facilita la transmisión de valores y la educación de los chicos. La educación salesiana se hace partiendo de la amistad, de un diálogo cordial y afectuoso. En la educación salesiana no tienen sentido los castigos, es a partir del afecto que se corrige y se educa a la persona en su totalidad, afectando a su personalidad, a su integración en la sociedad y en su apertura a la trascendencia. En Don Bosco el sacramento de la Eucaristía y de la Reconciliación tienen un valor pedagógico indispensable. La mete la educación es “alcanzar la santidad”, esto es, llegar a ser cristianos auténticos, hombres y mujeres que sepan vivir el evangelio cada día, con responsabilidad y alegría, comprometidos en la vida civil y eclesial.

Don Bosco, sacerdote

 
Pasado el verano le ofrecieron diversas responsabilidades. Pero él, aconsejado por su amigo y confesor, el sacerdote don Cafasso, vivió y estudió en el Colegio Eclesiástico de Turín, en el que los jóvenes sacerdotes que lo deseaban, podían continuar sus estudios tres años más. Al tiempo que se ejercitaban en la pastoral por las parroquias, escuelas y hospitales de la capital del Piamonte, profundizaban la teología y la moral cristiana. Dirá años más tarde Don Bosco: “Allí aprendíamos a ser sacerdotes”. Don Cafasso acompaña al joven sacerdote a las prisiones de Turín, en donde Don Bosco experimenta la maldad humana y queda impresionado al comprobar la cantidad de chicos de doce a dieciocho años, sanos, robustos e inteligentes, que allí se hallaban ociosos, en condiciones infrahumanas, dejados de la mano de Dios y de los hombres. Muchos de ellos salían de aquel lugar, cumplida la condena, con el propósito firme de iniciar una vida mejor, pero la mayoría recaían al no encontrar la ayuda necesaria. Don Bosco recapacita: “¿Quién sabe si estos muchachos, de encontrar un amigo que les ayudare, les enseñara y les formara cristianamente, no se verían libres de esta vida?”.

Hemos de tener presente que en 1841 Turín está sufriendo los efectos de la primera revolución industrial, que provoca compactas olas de inmigración, sobre todo juvenil, de la zona rural depauperada por las guerras y las malas cosechas, a la ciudad. Estos jóvenes se encuentran solos, sin familia, durmiendo por la calle, en trabajos más remunerados y en situaciones de verdadera explotación infantil y juvenil. Adolescentes y jóvenes sin instrucción ninguna, obligados a trabajar todos os días de la semana, en manos de patrones sin escrúpulos. La mayoría abandonaba la práctica religiosa, y muchos de ellos, obligados por la necesidad y a menudo por el hambre se veían empujados a delinquir.

Algunos miembros de la burguesía, impulsados por la caridad cristiana o por la filantropía, se planteaban el problema de las clases populares explotadas por la situación social; algunos sacerdotes en Milán, Turín y otras ciudades preindustriales buscaban soluciones y se acercaban a los jóvenes. El joven sacerdote Juan Bosco se encuentra entre ellos.

Cuando todavía llevaba pocas semanas en el Colegio Eclesiástico tiene lugar un encuentro que marcará su futuro. El día de la fiesta de la Inmaculada de aquel año 1841, estaba revistiéndose con los ornamentos litúrgicos para celebrar la misa en la iglesia de san Fracisco, cuando el sacristán, viendo a un chico que por allí pasaba le invitó a que ayudara como monaguillo en aquella celebración. El muchacho se excusó porque no sabía ayudar a misa. Enfadado el sacristán lo echó fuera a patadas. Don Bosco, dolido por la escena, llamó al chico, que se llamaba Bartolomé Garelli, y le invitó a que asistiera a la celebración. Acabada la misa, de nuevo en la sacristía, le preguntó si ya había hecho la primera comunión, si se había confesado alguna vez, si asistía a la catequesis. Llegado a este punto, el muchacho contestó: “Me gustaría pero no me atrevo, porque mis compañeros saben el catecismo y yo no, aunque soy mayor que ellos; me avergüenza ir”. “Si yo te enseñara catecismo aquí, ¿vendrías?”, le preguntó de nuevo. “Con mucho gusto vendría, siempre y cuando no me vuelvan a pegar”. “Estate tranquilo –le replicó Don Bosco- nadie volverá a pegarte: serás mi amigo y estaremos tú y yo solos. ¿Quieres que empecemos ahora mismo la catequesis?”.

A este primer muchacho, se le unieron al domingo siguiente otros, y después otros. Durante aquel invierno Don Bosco fue recogiendo aprendices que llegaban de los pueblos del Piamonte a Turín buscando trabajo en la nueva ciudad industrial que crecía de día en día. También se ocupa de la visita de las prisiones, con don Cafasso, y de invitar a los que salen de ellas para que frecuenten el grupito de los que se reunían cada día festivo en la capilla de San Francisco. Descubrió entonces que los jóvenes delincuentes si hallan una mano amiga que se preocupe por ellos, les proporcione enseñanza y formación, les ayude a encontrar trabajo y les visite cada semana, recuperaban fácilmente una vida honrada, superando el pasado y llegando a ser buenos cristianos y honestos ciudadanos. Éste es el origen de la Obra de Don Bosco a favor de la juventud necesitada, que se llamará en aquella época el Oratorio de San Francisco de Sales.


San Francisco de Sales, obispo de Ginebra en el siglo XVII era presentado a los seminaristas de la época como modelo de sacerdote, por su celo apostólico en medio de grandes dificultades, y por su carácter amable, paciente y dialogante. Don Bosco había aprendido a imitarle y a seguir su ejemplo en la época de seminarista. De hecho, en sus propósitos de cara a la ordenación sacerdotal este figuraba de forma explícita. Su obra entera la pondrá bajo el patrocinio de este santo pastor.

Don Bosco elige su campo e trabajo entre los jóvenes delincuentes salidos de la prisión, pero sobre todo entre los pre-delincuentes a quienes prodiga sus atenciones educativas para evitarles la experiencia de pasar por la cárcel: peones, limpiachimeneas, aprendices de albañil y de los oficios más variados pasarán por el Oratorio de Don Bosco.

Aquel Oratorio se organizaba los días festivos, cuando decenas de muchachos se reunían a la puerta de una iglesia determinada para asistir a la misa que celebraba Don Bosco. A continuación se iba a un prado de las afueras de la ciudad en donde se organizaban los juegos más variados para entretener a aquel grupo de mozalbetes, con ganas de correr, saltar y gritar. Por la tarde, después de comer y de jugar otro rato, se ensayaban cantos, se procedía a dar una catequesis apropiada para ellos y entretenida, seguida de una breve oración. Después se distribuían algunos premios o regalos entre todos, o a suertes. Y se les despedía hasta el domingo o la fiesta siguiente. Durante la semana Don Bosco visitaba a sus muchachos en sus lugares de trabajo. Ellos, sin padres ni parientes, estaban contentos de tener un amigo que se preocupaba y les visitaba.

Es fácil imaginar que aquel jolgorio molestara a los vecinos y preocupara, incluso, a las autoridades que, en una época socialmente muy inquieta, temían una revolución obrera o juvenil. Don Bosco se hizo sospechoso y era vigilado por la policía. Hasta fue acusado de locura por otros sacerdotes debido a sus sueños de entregarse a la educación de los jóvenes aprendices.

El domingo de Pascua de 1846, 12 de abril, Don Bosco inaugura una capillita que había adaptado en una casa medio abandonada alquilada a la familia Pinardi unos días antes, en las afueras de Turín, en una zona llamada Valdocco. ¡El Oratorio tiene ya por fin un lugar propio y estable donde reunirse! Pero le hacen falta ahora libros de texto para enseñar a aquellos chicos, no sólo la formación cristiana básica, sino también la historia, la aritmética...Y Don Bosco roba horas a su descanso nocturno para escribir aquellos libros para sus muchachos.

El agotamiento, el estrés diríamos hoy, se produce finalmente, a pesar de ser de constitución atlética y robusta. Don Bosco cae enfermo a principios de julio y está a punto de morir: le administran el sacramento de la unción de los enfermos. Sus amigos, los chicos del Oratorio, se pasan los días orando por su salud. Se recupera, al cabo de una semana ya se halla fuera de peligro. En oraciones de sus muchachos, desde entonces su vida entera estaría dedicada a ellos. Se ha de tomar unas largas vacaciones y marcha a su pueblo, a casa de su madre. Allí, la vida del campo, la compañía de su madre, de su hermano José y de sus sobrinos, le ayudan a recuperar totalmente las fuerzas y hacer nuevos planes de futuro.

Un camino que irá hacia adelante

En esta época empieza a entretener a jóvenes y adultos durante las largas tardes de los domingos de invierno en el campo. Acababa de aprender a leer, y también –llevado por sus cualidades de simpatía y de fácil relación- a hacer juegos de manos. Aquellas tardes, con el vecindario reunido en algún establo del lugar, el joven Juan entretenía a su auditorio con algunos juegos y con cuentos y lecturas de los libros de caballería. Todo terminaba con el rezo del Avemaría y las oraciones de la noche.

Va creciendo en él poco a poco la vocación sacerdotal. Observa por las calles a los sacerdotes de los pueblos que, entregados con celo a su tarea, no obstante no tenían un trato familiar con los chicos. Sólo trataban a los adultos. “Si yo fuera sacerdote, lo haría de forma distinta. Me acercaría a los niños y a los jóvenes para charlar con ellos y darles buenos consejos”.

Juan, cuando tiene catorce años, conoce a don Calosso, viejo párroco de un pueblecito vecino. Encuentra en él a un buen amigo del alma. Don Calosso, conocedor de su vocación sacerdotal, empieza a enseñarle la gramática latina e italiana. Se convierte además en su buen maestro espiritual. Juan le abre su corazón y él le enseña a sacar provecho de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, y le enseña a hacer cada día un rato de oración personal. Serán los fundamentos de su formación espiritual. Un año después, Juan Bosco quien hasta entonces no había podido frecuentar la escuela por motivos familiares y por la distancia, se traslada primero a Castelnuovo y después a Chieri, y mientras trabaja como aprendiz de diferentes oficios, asiste a clase con compañeros más jóvenes que él. Su memoria y su despierta inteligencia hacen que adelante rápidamente y, en pocos años, adquiere el nivel propio de su edad. Durante su estancia en Chieri, Juan se convierte en el líder de sus compañeros de escuela y de diversión, gracia a su simpatía, su facilidad con el estudio y su honestidad. Funda con ellos la Sociedad de la Alegría, que tiene por base estas dos reglas: 1. evitar todo aquello que no es conforme al Evangelio y 2. responsabilidad en el estudio y en la vidacristiana. Los miembros de esta sociedad se reunían para estudiar juntos, para asistir a la catequesis y a la misa, y –sobre todo- para divertirse con juegos, historietas y lecturas de aventuras. En esa época, Juan alcanza fama entre sus compañeros y los vecinos de Chieri por su habilidad en los juegos de manos y de prestidigitación, así como en las carreras y saltos. Logra, incluso, ganar una apuesta a un saltimbanqui profesional. El corazón de educador se va formando lentamente en el joven Juan Bosco y aprende a ganarse a todos, compañeros y profesores.

A los veinte años, acabados sus estudios básicos y preuniversitarios, se plantea qué hacer en el futuro. Tiene clara su vocación sacerdotal, pero ¿dónde? ¿cómo sacerdote diocesano o como fraile? Después de reflexionarlo durante un tiempo, decide entrar en el convento de san Francisco de la ciudad de Chieri. Pero no queda tranquilo y su espíritu inquieto le hace soñar de noche: una voz le increpa “Dios te prepara para otras mieses”. Lo consulta con un sacerdote, pariente de un amigo suyo, y decide por fin ingresar en el seminario diocesano de Chieri.

En el otoño de 1835 Juan Bosco viste la sotana de clérigo. En tal ocasión su madre le hace esta reflexión: “Mi querido Juan, ahora vistes el hábito sacerdotal y eso me hace muy feliz; pero recuerda que no es el vestido lo que te honrará sino el estilo de tu vida. Si en alguna ocasión dudas de tu vocación, quítate esta ropa antes de deshonrarla. Prefiero tener un hijo labrador que no un hijo que sea un sacerdote indigno”.

Gracias a su maña en diferentes oficios de los que había sido aprendiz, ayuda a sus compañeros a la hora de coser la sotana, arreglar zapatos, o construir juegos de madera. Y observa con tristeza cómo los profesores del seminario no son cercanos a los jóvenes estudiantes, sino que se mantienen alejados y reservados. Esto aviva en él de nuevo el deseo de ser sacerdote para estar en medio de los jóvenes, para ayudarles en todo. Durante sus vacaciones de verano, ayudaba a los de casa en los trabajos del campo o fabricando muebles sencillos de madera. Seguía reuniendo a los muchachos de las casas de campo de los alrededores para enseñarles el catecismo y también a leer y a escribir.

Empezó a predicar, con el permiso del párroco, en las fiestas litúrgicas del verano por las parroquias de la comarca. Fue entonces cuando aprendió a habar a la gente sencilla con un lenguaje sencillo también, lección que le acompañará a lo largo de toda su vida cuando catequice a los muchachos, escriba libros de instrucción cristiana o predique alos adultos.

El año 1841 es uno de los más importantes en la vida de Juan Bosco. Acaba los estudios teológicos y es ordenado diácono y presbítero. A finales de este mismo año iniciará, deforma todavía tímida, lo que será, años más tarde, la Obra Salesiana. El sábado 27 de marzo recibe el diaconado, y pocos meses después, el 5 de junio, vigilia aquel año de la fiesta de la Santísima Trinidad, el presbiterado. Se marca todo un proyecto de vida en los días de retiro que preceden a su ordenación: “El sacerdote no va solo al cielo o al infierno; va acompañado de las personas que ha ayudado o a las que ha escandalizado. Por eso: 1. Me apartaré de todo aquello que me distraiga de mi vocación sacerdotal; 2. Trabajaré sin descanso a favor del Evangelio; 3. Lo haré todo con la paciencia y la dulzura de san Francisco de Sales; 4. Cada día dedicaré un tiempo a la oración personal; 5. Me mantendré siempre disponible a los demás, sobre todo en lo referente a la educación de la fe”.

Ahora ya no es Juan Bosco, o simplemente Bosco, como le llamaban los compañeros del seminario, sino Don Bosco. Deja el seminario y empieza una nueva etapa en su vida. Años más tarde escribirá: “El día en que tuve que dejar el seminario fue uno de los más tristes. Los profesores me querían y siempre me habían dado pruebas de auténtico aprecio. También apreciaba en gran manera a mis compañeros; puede decirse que vivía para ellos y ellos para mí. Si alguno necesitaba afeitarse o hacerse la coronilla en la cabeza, lo pedía a Bosco; si otro necesitaba arreglar el bonete o coserse la sotana, lo pedía a Bosco. Por todo ello me resultó sumamente dolorosa aquella despedida. Dejaba un lugar en el que había vivido seis años, en el que había recibido educación, conocimientos, formación eclesiástica, y todas las muestra de bondad y de cariño que se puedan desear”.

La ordenación fue acompañada por una serie de primeras misas y de fiestas en su pueblo y en los pueblos vecinos en los que el joven Jua n había jugado y trabajado. Todos aquellos mozos que habían recibido sus enseñanzas y que con él se habían divertido durante sus vacaciones veraniegas, ahora le felicitaban porque era un cura de los suyos. Aquel verano, ya sacerdote, dedicó su estancia en su pueblo a celebrar la Eucaristía, a predicar, a visitar enfermos...pero, sobre todo, a enseñar el catecismo a niños y jóvenes, a hablarles, a entretenerles con juegos. De tal forma que iba siempre por la calle rodeado de un buen grupo de muchachos contentos de estar con su sacerdote.

Juan Bosco, para los jóvenes

Transcurre el año 1887. El día 15 de abril el anciano sacerdote Juan Bosco, llamado Don Bosco según la costumbre de Italia, celebra emocionado la Eucaristía en el templo del Sagrado Corazón, en Roma, que había sido consagrado el día anterior. Mientras lo hace, recuerda su vida pasada, y exclama: “¡Todo lo ha hecho ella!”. María, la madre de Jesús, la auxiliadora de los cristianos, ha sido quien ha realizado la obra educativa y social de Don Bosco.

Juan Bosco había nacido el 16 de agosto de 1815 en un rincón del Piamonte conocido por I Becchi, una casa de campo cercana al pueblo de Castelnuovo, en la comarca de Asti. El Piamonte era todavía entonces un Reino independiente, en una Italia que no estaba constituida como Estado; la capital era Turín. Eran aquellos tiempos difíciles de posguerra. Los ejércitos franceses habían saqueado la comarca durante aquellos últimos años en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Miseria, hambre y desesperación habían sido la herencia de la ambición napoleónica sobre Europa.

Los padres de Juan, Francisco Bosco y Margarita Occhiena, eran sencillos campesinos que vivían de su trabajo, personas de fe, que confiaban en la Providencia divina. A los dos años murió el padre. Su madre, puesta su confianza en Dios, afrontó valiente la situación, en un momento en que el hambre se apoderaba de los pueblos y sus gentes morían por los caminos con la boca llena de hierba inútil.


Mamá Margarita fue la persona que más influyó en Juan Bosco. Mujer exigente y afectuosa, dotada de una gran intuición pedagógica, educó a su hijo en el trabajo, en el conocimiento de Dios y en la vivencia de su presencia amorosa y providente. En medio de las terribles penurias, Margarita, viuda pobre con tres hijos, elevaba sus ojos a Dios, con esperanza y agradecimiento. Este modo de hacer confiado y emprendedor ante cualquier dificultad, fue decisivo para la formación de Juan.

Él tenía un temperamento espléndido, que miraba al mundo con ojos llenos de sabiduría, y se dedicaba apasionadamente a todo lo que llamaba su atención. A los nueve años tuvo un sueño que le marcó el resto de su vida. Se vio en medio de un campo, cerca de casa, próximo a un agrupo de niños que juegan y se divierten. Pero entre ellos hay algunos que se insultan y pelean. Juan intenta calmarlos a base de gritos y golpes. De repente, aparece Jesús en forma de un hombre atractivo que le dice: “No con golpes, sino con amor y paciencia los harás tuyos y serán tus amigos, y podrás enseñarles a huir del pecado y a obrar la virtud”. Lleno de confusión, Juan contesta que un chico ignorante como él es incapaz de educar a aquellos mozalbetes. El hombre le indica la maestra que le enseñará la obediencia y la adquisición de la ciencia verdadera: María, su propia madre. Esta, a su vez, mostrándole al grupo de chicos le dice: “He aquí tu campo de misión. Sé fuerte, humilde y robusto”. Juan, siempre en sueños, rompe a llorar sin entender nada. Entonces María le coloca su mano sobre la cabeza y le dice: “Cuando se la hora, lo entenderás todo”. Años después, ya adulto, Don Bosco relacionará este sueño con su vocación educativa de la juventud.

viernes, 25 de enero de 2013

Pasatiempos...

Dado que hubo quien nos pidió si podíamos mandarle algunos de los pasatiempos pasados, hemos decidido, colgarlos de nuevo (aún faltan). He aquí unos pocos: